Uno de los principales interrogantes de 2014 es cuánto crecerá la economía argentina. Este año, el nivel de actividad económica sería mucho más débil que el registrado en 2013. Esto no debería sorprender, ya que la baja del nivel de actividad es una continuación de lo que sucedía el año pasado, cuando el crecimiento del PBI fue perdiendo fuerza trimestre tras trimestre. Así lo sostiene un informe del semanario Economía & Regiones (E&R).
Una aceleración de la tasa de crecimiento en 2014 constituiría toda una sorpresa, ya que implicaría un quiebre y cambio en la tendencia de largo plazo del nivel de actividad. A su vez, la teoría económica y la evidencia empírica son contundentes y demuestran que los niveles elevados de inflación sostenidos durante largos períodos terminan reduciendo la tasa de crecimiento en el largo plazo. Es decir, las políticas de estimulación de la demanda agregada generan tasas de crecimiento elevadas en el corto plazo, a costa de provocar una aceleración de la inflación, que termina impactando negativamente en la tasa de crecimiento estructural de la economía en el largo plazo, agrega el trabajo.
La nota señala, a modo de ejemplo, que entre 1954 y 1969 Estados Unidos logró altas tasas de crecimiento que permitieron bajar la tasa de desempleo a cambio de mayores niveles de inflación. Pero posteriormente, más en el largo plazo, los sostenidos niveles de inflación terminaron impactando negativamente sobre el nivel de actividad y la generación de empleo, reduciendo la tasa estructural de crecimiento y aumentando la tasa natural de desempleo entre 1970 y 1984, pero con alta inflación. Entre 2003 y 2007, Argentina logró tasas de crecimiento elevadas estimulando en demasía el consumo y la demanda agregada. El alto consumo sobrecalentó la economía argentina, llevando la tasa de crecimiento por encima de niveles acordes con los fundamentos de nuestro sistema económico y estructura productiva.
Luego, E&R sostiene que el país no tiene los niveles de ahorro e inversión que se necesitan para crecer a un promedio del 8,5/9,2% anual, como se registró entre 2003 y 2007. La contracara de ese sobreconsumo o crecimiento forzado fue la aceleración de la inflación. La elevada inflación afectó el ahorro, la inversión y terminó deteriorando el poder adquisitivo del salario y el ingreso disponible de la población, afectando negativamente el consumo, la generación de puestos de trabajo genuinos y el nivel de actividad. Es decir, la persistente y creciente inflación redujo la tasa de crecimiento y el empleo estructural del país. Así, en los últimos años Argentina crece a un ritmo muy inferior a lo que crecía en el período 2003-2007.
En este marco -agrega- hasta tanto no se reduzca en forma sustentable y sostenida la inflación, Argentina no volverá a crecer a tasas del 5 o 6% que permitan generar empleo privado genuino. En otras palabras, bajar fuertemente la inflación es condición necesaria (no suficiente) para volver a generar puestos de trabajos genuinos en la esfera privada y crecer sustentablemente en el largo plazo. Deben bajar las expectativas de inflación para que el aumento del nivel general de precios se desacelere y haya probabilidades de crecer a mejor ritmo y generar empleo privado genuino. Mayores expectativas de inflación son menor confianza del consumidor y por ende menos consumo, más baja inversión y menor nivel de actividad global. En definitiva, sostiene la nota, mientras las expectativas de inflación sean elevadas, la confianza del consumidor será baja y el crecimiento económico no será robusto, por lo cual habría baja probabilidad que la economía argentina tuviera capacidad para generar puestos de trabajo genuinos en su esfera privada. Las expectativas de inflación, según la Universidad Torcuato Di Tella, se ubican hoy en torno del 37% anual, coincidiendo con la inflación interanual de marzo pasado. Para bajar las expectativas de inflación y la inflación observada -continúa- hay que cambiar el sesgo de las políticas fiscal y monetaria. Concretamente, para volver a crecer genuinamente en forma sustentable y generar puestos de trabajo en el largo plazo, hace falta una política fiscal más austera que disminuya la dominancia fiscal y le quite presión al Banco Central. Lo mejor que podría pasarle al nivel de actividad doméstico para que crezca sería que el Tesoro redujera su déficit fiscal y demandara menos financiamiento del BCRA. Con menor expansión monetaria, más baja inflación y menores expectativas de devaluación, el dólar paralelo se abarataría, reduciendo la brecha cambiaria.
Con fundamentos monetarios y cambiarios más sólidos, habría mayor confianza del consumidor y nivel de actividad. Por el contrario, si el déficit y la dominancia fiscal continúan con su trayectoria ascendente, el Central se vería obligado a colocar más Lebac a mayor tasa de interés, afectando en forma negativa al nivel de actividad, concluye el informe.